Múltiples son los estudios e investigaciones que posicionan a las artes como relevantes dentro de la vida de las infancias y niñeces. Particularmente, las artes escénicas y la exploración corporal toman un lugar central en el desarrollo de niños y niñas como canal de expresión de emociones a través del movimiento. En este circulo virtuoso, además, se incorpora lo social, la aceptación de la diversidad, la coeducación, entre otras variables.
En medio de los procesos de transformación social que atraviesa el país, las artes, las culturas y los patrimonios han tomado un lugar protagónico, levantando demandas y propuestas activas en torno a las necesidades del sector. Plantear la educación artística como un aporte sustancial al desarrollo integral de las personas, es una de las consignas centrales y movilizadoras. Pero, más allá de todas estas evidencias, y desde el presente, ¿qué define el cruce de danza y educación?
Conversamos con Natalia Gutiérrez (Antofagasta) y Joss Fáundez Silva (Santiago), ambas, mujeres trabajadoras de las danzas que han desarrollado un quehacer vinculado a la pedagogía, y cuyas experiencias trazan un camino que nos acerca a esta intersección, más allá de la teoría, sino que desde la vivencia en ese rol.
“Mi pedagogía es desde el afecto, me casé con esa idea desde siempre”, destaca Natalia. Sus experiencias en educación y prácticas artísticas, especialmente, cuando fue estudiante, estuvieron vinculadas a la violencia de la llamada “vieja escuela”. Esas vivencias fueron relevantes para transformar cada proceso en un espacio afectivo para la enseñanza.
La disciplina, desde el amor, así como lo biográfico de sus estudiantes, han sido, en ese sentido, claves en su mirada. Por su parte, Joss, artista del movimiento, trabaja desde muy cerca con ámbito educativo “desde kínder hasta la universidad, con distintas áreas de desarrollo, visitando diversos lugares, siempre desde la práctica somática y la vivencia del cuerpo”.
Ambas han transitado por diversas realidades respecto al estado de la vinculación entre las artes y educación. Natalia plantea que en Antofagasta –y en regiones, en general- todo tiende a ser mucho más lento “yo tuve la fortuna de poder estudiar en un colegio artístico, pero no es la normalidad. Creo que está muy poco valorado el arte en la educación, pues ya debería estar inserto, pero no se valora. Muchas veces, desde los establecimientos educacionales, ven la danza netamente como algo recreativo, no dándole todo el valor y potencial que tiene”.
Joss, por su parte, coincide en que “la educación artística en Chile aún está en desarrollo, sin embargo, ahora se le está dando energía. Falta el desarrollo de una política pública que impulse la educación artística y que sea desde una perspectiva diversa. La danza en la escuela está contemplada con mucha menos potencia de la que se podría, yo soy de la idea de que es muy importante implementar la educación corporal”.
De igual manera, destaca que, específicamente, en su territorio hay una mayor amplitud de posibilidades para acceder a la danza, pese a ello, las escuelas artísticas, siguen siendo pocas. “Creo que es urgente y necesario que se amplíen estas posibilidades, sobre todo después del proceso pandémico que vivimos. Todo el desarrollo artístico y las habilidades humanas se perdieron mucho y es necesario que se reactiven con urgencia”.
A diferencia de muchas áreas en Chile, que se desarrollan según el poder adquisitivo, las danzas en la educación, ya sea en colegios públicos, particulares subvencionados y particulares privados, son casi nulas. Salvo excepciones, esta se desarrolla en un escenario vulnerable, donde los establecimientos educacionales no cuentan con la infraestructura para poder realizar una clase en la que se tome como foco el movimiento y la expresión corporal.
Insistir en la danza como bien social
“La danza nos hace mejores humanos, nos hace seres empáticos, y tiene un aporte en lo social y relacional. Si se entregan las herramientas adecuadas se pueden lograr cosas maravillosas. Yo encuentro terrible que en las escuelas se enseñen tantas cosas, pero no sobre la consciencia de nuestro propio cuerpo”, comparte Natalia, quien, además, releva los aspectos sanadores de la danza desde una dimensión psicológica, espiritual y mental.
Desde ese valor epistemológico, Joss, recalca que “más allá de un producto artístico, el proceso ya es muy enriquecedor, pues permite a los y las estudiantes conocer nuevos aspectos de sí mismos/as. Insisto en que, para mí, hay ahí un desarrollo del pensamiento crítico y reflexivo que es sumamente importante”.
Natalia y Joss, desde sus territorios, relevan la necesidad de insistir en la incorporación de la danza en la educación, como parte del currículum escolar, con foco en la exploración corporal, la escucha del propio cuerpo y de los otros cuerpos, el movimiento, el autocuidado y la salud.
Que, por un lado, sea un complemento al deporte, per0 que, al mismo tiempo, que tenga un relato propio que permita impactar a niños, niñas y adolescentes en procesos de vida tan cruciales como los que se dan durante los años escolares.